Llegada la flor a su madurez
la contempla el poeta sin poderla tocar:
en sueños sus pétalos acaricia
y su tallo contra el cuerpo aprieta
son noches de deseo ardiente
donde la excitación arranca gemidos
y el aroma primaveral se volatiliza.
Pero en vigilia no hay cercanía
sólo expectación y ansiedad vivida
el poeta se muerde los labios
y con desconsuelo despiadadamente
bebe su propia sangre.
La flor se mece, el viento la rapta
y el poeta muere ausente
de la amada liberada
se secan sus ojos como seca está su alma
sólo el hilo de sangre
aún alimenta su desamor y le calma
mientras su corazón se detiene
aferrado al recuerdo de la extraña flor
que acompañó su vida ahora cegada.
Sabes que siempre estaré para ti...
ResponderEliminarAhora guardo silencio, pero cuando te decidas, volveremos a juntar nuestros deseos extraños,
en el secreto encuentro de dos seres que "no son nada"